lunes, 5 de marzo de 2012

LICHITA


He conocido muchas personas buenas en mi vida. Puedo mencionar por supuesto a mi padre, un hombre integro, hogareño, dedicado a la estabilidad de su familia. También puedo mencionar a Don Salvador Cabezas, de los fundadores de la Tipografía Comercial en Santa Ana…un hombre muy bueno. También puedo mencionar a Mike Alanis, un iraquí nacionalizado estadounidense de quien solo tengo buenos recuerdos y atenciones; me imagino que por la cultura donde creció, el ser anfitrión de un invitado lo convierte a uno en una persona merecedora de todos los agasajos que él pueda brindar.

Pero también esta una mujer, Lichita de Valdés. Ella entablo una hermosa relación de amistad con mi mama gracias al amor que ambas compartían por el Señor Jesucristo.
Después de graduarme de bachiller, yo pensaba que el mundo estaba a mis pies…al final termine a los pies del mundo. Y debido a que me dedique a dar vueltas al redondel Masferrer (en donde por aquella época habían decenas de carritos de tacos y tortas) mi experiencia por la universidad fue bastante mala.

También influyo en gran manera la falta de una figura paterna en ese momento de mi vida. Mi padre sufrió un derrame cerebral que le paralizo la mitad de su cuerpo y perdió el habla. El trataba de comunicarse pero tristemente no le salían las palabras. Y era muy frustrante para el ya que él entendía todo, el no había perdido el sentido, nada por el estilo, el estaba en sus cabales. Dicha enfermedad mas otras complicaciones hicieron que el pasara postrado por un poco mas de 3 años hasta que murió.

Yo me daba cuenta de cómo mis padres peleaban mucho antes de que mi papa se enfermara, muchas veces el tema de discusión era la religión. Me recuerdo que tristemente, la última vez que hable con él antes que se enfermara tuvimos una discusión.
Todas las enfermedades tienen su “aguijón”. Pero quienes sufren del derrame cerebral, es una enfermedad terrible.

El 11 de abril de 1987 era un sábado y mi papa se levanto como siempre a las seis y media de la mañana y se fue a descansar en otro cuarto de la casa, donde él iba al baño y se ponía a leer el diario. La puerta estaba cerrada cuando mi mama se levanto. Cuando eran las 9 am, ella se extraño de que no hubiera salido aun. Decidió abrir la puerta y lo encontró tirado en el suelo a la par de la cama.

Cuando nos dijeron de que él nunca iba a volver a hablar y caminar normalmente no lo creímos. Entramos a la etapa de negación de la cual nos costó mucho salir. No sé si mi papa se entero de mi mal comportamiento universitario, pero en las noches yo me sentaba a la par de su cama y el empezaba a reconvenirme con gestos y con su jerigonza. Yo entendía que él me estaba regañando, pero tristemente eso no fue suficientemente fuerte ni autoritario para que yo cambiara mi actitud. Mi madre me reconvenía pero ella no tenía la suficiente fuerza para poder manejar dos problemas: atender a mi papa y ver por mis notas. Mi hermana hizo lo propio preguntándome por mis notas, pero igual, ella tenía su familia. No dudo que yo estuve en las oraciones de mi mama pidiéndole a Dios que entrara en razón.

Después de haber desperdiciado mi tiempo, me regrese a Santa Ana con “la cola entre las patas” en donde mi mente estaba centrada en seguir estudiando, pero cambiarme de universidad en San Salvador. Mi mama no sabía cómo confrontarme.

Un día la lleve a ella y a Lichita a la iglesia, en donde decidí quedarme. Para ser honesto, no me acuerdo de que fue la predicación. Mi mama, en su corazón, pensaba darme un sermón memorable a su manera esa noche para ver si entraba en razón. Pero en medio de la oración, Lichita recibió palabra del Señor e inmediatamente le dijo a mi mama “Pimpa, dice el Señor que no le digas nada a José Amílcar, que solo lo dejes en sus manos” Mi mama se sintió hasta cierto punto aliviada de que Dios estaba en control y sus oraciones habían sido escuchadas.

A los pocos días, me reuní con un compañero del colegio que estaba estudiando en Santa Ana y me pregunto porque yo no hacía lo mismo. Cuando el me dijo eso, se me abrieron los ojos y tome esa decisión. Al final me quede estudiando en Santa Ana y pase 5 años acompañando a mi mama. Mis estudios, de igual manera los termine en cuatro años sin ningún problema. Con esa decisión Dios mato dos pájaros de un tiro: Me formalice y termine de estudiar y además, acompañe por bastante tiempo a mi mama.

Dios uso a Lichita que le confirmo a mi mama que las oraciones de los padres por los hijos son escuchadas. No importa si el hijo tenga 60 años y la madre o el padre tiene 85 años. La oración de los padres es poderosa ante la presencia del Señor

Hace unos meses, me entere que Lichita había muerto y lo sentí mucho ya que ella fue una mujer santa, usada poderosamente por Dios…simplemente un instrumento poderoso en las manos del Dios vivo. Tristemente no la pude ver en los últimos meses de su vida. Lo que me alegra y me reconforta es de que la volveré a ver. Pueda que a mí me toque estar limpiando con un trapito la esquina de su casa en las calles de oro en las que viviremos en la Nueva Jerusalén, pero sé que ella tendrá un tiempo para ir a saludar a “su gordo” con esa mirada única de ella…era una mirada en la que uno sabía que Jesús moraba en su corazón